Hoy 28 de diciembre se cumplieron cuatro
años de la muerte de Ian Fraser "Lemmy" Kilmister. La que
fue tan súbita como inesperada para el colectivo del rock, o al menos para
todos aquellos a quienes nos gusta su música y seguimos a la banda. No porque
fuera muy sorpresiva; ya tenía 70 años y había llevado una vida de excesos (lo
sorprendente es que haya vivido tanto), pero de alguna forma era la encarnación
del espíritu del lema sex and drugs and rock´n´roll, ese
personaje que encarnaba el rock en su estado puro. Hasta su apariencia
transmitía eso, Lemmy solía comentar respecto a su particular forma de vestir: la gente no queire ver a su vecino sobre el escenario, quiere ver a un tipo que parezca venido de otro planeta.
Por eso
es que, en vida y mucho más luego de su muerte, sin duda se ha convertido en un ícono, al igual que su banda, Motörhead.
Se han
realizado documentales, tributos y hubo sentidos discursos cuando se supo la
noticia de su partida, pero fue el propio Lemmy quien, de alguna forma,
escribió aquello que él quería que fuera recordado cuando publicó su libro de
memorias en el año 2002. Lo hizo mucho antes que alguno de los
músicos de su generación, quienes luego también comenzaron a escribir sus autobiografías (o lo que sus
deterioradas memorias podían recordar). En algunos casos, fiel testimonio de
unas vidas excepcionales, en otros, con cierta alteración intencional de la
realidad, pero sin duda, las memorias de cualquier rockero siempre son, por lo
menos, interesantes. Tal vez por haber visto o sentido a la muerte muy cerca,
varias veces, Lemmy, quien ya se había convertido en una institución y era
respetado por casi todos dentro del mundo del rock, en White line fever, decidió registrar su historia, (cualquier día puede ser el último). El título de su autobiografía al igual que el nombre de su banda (Motörhead), es una de las formas de denominar a los
adeptos a las anfetaminas, a las que fue adicto durante varios años.
Si bien lucía habitualmente con un gesto adusto
en las fotografías, sus canciones parecían tener una furia incontenible,
el volumen demencial al que sonaba la banda en vivo y su particular forma de
tocar el bajo, podían hacer suponer que Lemmy estaba enojado con la vida (born
to lose, live to win), pero en realidad era un hombre con un agudo sentido del
humor, ácido en sus comentarios (no tenía pelos en la lengua), y sobre
todo por su carisma, era un personaje capaz de generar respeto y admiración sin
tener que asumir ninguna pose ni falsa actitud rocker. White line fever, es un libro por el que fluye rock ’n’ roll, desde la primera página hasta la última y que hoy más que nunca
vale la pena volver a leer y redescubrir.
Habitualmente
las memorias de rockeros o sus biopics, se esfuerzan
por magnificar y adornar sus aspectos auto destructivos y realzando los excesos
de toda clase, jactándose de ello (los que han sobrevivido para contarlo)
intentando luego redimirse ante sus críticos, con
reflexiones aleccionadoras del tipo "no hagan lo que yo hice" o "en esa época estaba muy colgado". Sin
embargo, en el caso de Lemmy, no hace ningún esfuerzo para subrayar su imagen
de estrella de rock. Al contrario, en ocasiones da la impresión de restarle
importancia a algunos de sus habituales y famosos excesos. Lemmy era muy
pragmático, su famosa frase antes de hacer sonar la primera nota en sus
conciertos: "somos Motörhead y tocamos rock ’n’ roll" resume su
filosofía de vida, a tope y directa.
Pero,
al contrario de lo que sostiene su canción "Dead Men Tell No Tales",
en el caso de Lemmy, un repaso a su vida, años después de su muerte, nos da una
perspectiva diferente, ya que con una mirada en retrospectiva muchas cosas toman una
dimensión diferente. Y como solía decir "live fast, die old"
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